Este espacio se incorporó al palacio en el siglo XIX por deseo de Diego Rafael Cabrera Fernández de Mesa, decimosegundo propietario del palacio, que quería ampliar la vivienda y contar con un jardín siguiendo la moda de otros nobles de la época.
Para lograrlo, en 1814 llegó a un acuerdo con los condes de Torres Cabrera, dueños de varias casas colindantes, y se las permutó por un cortijo: una operación que permitió duplicar la extensión del Palacio de Viana.
Aunque se desconoce el período exacto de realización del jardín, la inspiración francesa en el diseño es evidente, siguiendo patrones muy utilizados durante el siglo XIX. El jardín de Viana está estructurado en un laberinto de pasillos y dieciséis parterres de boj con más de dos siglos de historia, que mantienen el verdor durante todo el año y en cuyo interior crecen rosales. En el centro destacan la fuente de piedra, adornada con macetas en flor, y el cenador grutesco circular.
El jardín también tiene elementos del patio andalusí, como el sistema de riego a pie, similar a una acequia, y el cultivo de cítricos. Dos de sus muros están enjardinados con distintas variedades en espaldera, como el limonero, limero, mandarino, naranjo y pomelo, que son los más antiguos del palacio.